Rosa Pich-Aguilera Roca, es madre de 18 hijos, autora del exitoso libro “Cómo ser feliz con 1,2,3… hijos”, apasionada de “La Vida”, de la familia, de su Fe, y también de la moda. Con su marido, que falleció hace apenas un año, ha recorrido el mundo entero dando conferencias y apoyando a las familias y a los padres en la educación de sus hijos. Nos abre las puertas de su casa y de su corazón en una cálida y sincera entrevista que aquí os compartimos.
El día está gris y lluvioso en Barcelona. Tocamos timbre en su casa y, luego de identificarnos, oímos su voz: “subid, estoy arriba en la guardilla”. Una casa de puertas abiertas nos abre paso hasta un cálido y acogedor despacho de madera improvisado en la terraza de la azotea. Suena música clásica de fondo y se agolpan en las paredes cientos de recuerdos con pedacitos de historia vivida con intensidad. Fotos de familia, recuerdos de viajes alrededor del mundo, dibujos de los niños, recortes de periódicos enmarcados, portadas del libro de Rosa en coreano, inglés… Y, en medio, una enorme sonrisa que nos da la bienvenida. La sensación es de “calorcito en el alma” y el gris del día se llena de colores a medida que Rosa va desgranando con desparpajo y cruda franqueza su vida delante de nosotros.
Lo primero que uno dice cuando habla de Rosa Pich es: “La mujer que tuvo dieciocho hijos”.
¿Qué crees que es lo que te define? ¿Qué dice Rosa Pich si tiene que decir “quién soy yo”?
R. Soy una persona optimista, enamorada de la familia, “disfrutona”, podríamos decir. Y es por lo que escribí el libro. Porque yo creía que tenía un tesoro, de lo que había vivido en mi familia de dieciséis hermanos, y el que con mi marido habíamos vivido en la familia que habíamos formado, con dieciocho hijos. Y yo entiendo que el tesoro no es para mí sola, sino para transmitir al mundo entero, como de hecho se ha hecho, el libro se ha traducido a quince idiomas. Cómo ser feliz con uno, dos, tres hijos… tú, en tu casa, con tu marido alto, bajo, gordo, flaco, serio, sonriente, cada uno en su situación.
A veces nos equivocamos y queremos buscar la felicidad en el viaje que yo voy a hacer al cabo de cinco años de ahorrar. Cuando a mí me toque la lotería yo ese día seré feliz. Y no nos damos cuenta de que la felicidad está dentro de nuestra vida. Con nuestro marido, con nuestros hijos, en nuestro piso en la calle donde vivimos. Y ahí, es donde cada día tenemos que encontrar la felicidad. Alrededor de la mesa cenando todos juntos…
En tu libro rebosa la vida, el optimismo, colores que aparecen por todos lados. Pero también hay mucho dolor y sufrimiento. Muertes de hijos pequeños, muerte de un marido, enfermedades de alto riesgo casi como un integrante más de la familia. ¿Cómo gana la alegría en esta ecuación?
R. Dios nos ha creado para que seamos felices, y no felices cuando lleguemos al cielo. El que no ha aprendido a ser feliz aquí en la tierra en sus circunstancias, al lado de su marido, o siendo soltero, teniendo trabajo o no teniendo trabajo, teniendo dinero o no teniendo dinero, no será nunca feliz. Cada uno en sus circunstancias tiene que aprender a ser feliz. Es verdad que yo que tengo la oportunidad de escuchar a mucha gente, escucho muchas veces: “Rosa estoy desesperada”. Y el que no tiene un problema tiene uno, dos tres, cuatro. Yo le digo: coge papel y lápiz, y los apuntas. Y cuando te los cuentan a veces lloramos juntos, con los amigos, con los hijos, con tu marido. Pero, ya está. Yo creo que los problemas nos humanizan, nos ponen en la piel de las otras personas. El otro día hablando con una amiga -nuestras hijas hacen juntas basket, ella tiene una hija única y yo los míos, y todos los sábados vamos al partido de basket en los diferentes colegios donde les toca jugar a nuestras hijas-, y me decía: “Yo Rosa veía a tu marido con todos los niños, así tan sonriente y pensaba: claro este chico está así de tranquilo, como no le ha pasado nada en la vida. He leído el libro de la carta a tu hermano Chema, y he dicho: ¿Qué es lo que no le ha pasado a tu marido?”
Yo pienso que el pasar por dificultades, problemas, pequeños o grandes, enfermedades, te humanizan, te hacen ponerte en la piel de otras personas y no estar todo el día en cosas superficiales. A veces nosotros como padres nos equivocamos y decimos: “mi niño que no sufra, mi niño no le voy a explicar que estoy pasando un mal económico, que papá o mamá se han quedado sin trabajo”. Nosotros tenemos que explicar a nuestros hijos que mamá está enferma, o papá tiene este problema, o ahora a la abuelita le ha pasado esto. Y esto te humaniza. Es bueno el sufrimiento, es bueno llorar, ir aprendiendo a saber cómo encausarlo.
Entonces ¿cómo gestionar el dolor, que a veces parece que nos arrastra y nos hunde?
R. El misterio del dolor y la cruz es eso, un misterio. El otro día estuve en el velatorio de una niñita de cuatro años, que se había muerto en un accidente doméstico. Y uno dice: Señor, ¿por qué? Y la madre me decía: Rosa, ¿por qué? Y, es verdad, ¿por qué? Mi marido en doce días se murió. Y ¿por qué Dios te llevas un marido que más o menos estaba ayudando a tantas familias del mundo, ayudando a ser buen padre y buena madre, encima con el trabajo que tenía aquí de educar a quince hijos? Hoy que nacemos y vivimos cien años, y a los cincuenta a la mitad de tu vida, van y te dicen: “tú te quedas y tu otra mitad se va”. Y dices: Señor, no entiendo. No entiendo por qué. Y la verdad, no se entiende. Nuestra inteligencia es limitada y hay muchas cosas que no entiende. Aunque al cabo del tiempo puedes aceptarlo más.
Cuando mi marido se estaba muriendo, llamó a todos los hijos y dijo: “Dios es muy bueno. Dios es muy bueno y nos quiere mucho. Es nuestro padre, y hay malos ejemplos, pero lo normal es que un padre sea bueno. Y primero se llevó a Javi y Montsita, que vosotros no conocisteis, después se llevó, hace apenas cinco años, con veintidós años, a Carmineta, vuestra hermana mayor que sí la conocisteis, y ahora…”, y empezó a contarles lo que pasaba.
Es verdad que hay muchas situaciones que no entendemos, pero Dios es nuestro padre, Dios es bueno, Dios nos quiere el bien. Y seguro que de este mal aparente que nosotros podemos ver, van a haber grandes frutos.
La muerte no tiene la última palabra.
Tu marido y tú, hicisteis claramente una apuesta por la vida, se puede decir que sembrasteis mucho. ¿Cuáles son los frutos más importantes que habéis cosechado?
R. Nosotros nos casamos con el deseo de tener una familia. No dijimos: dos, tres … Solo tener una familia. Y nació el primer hijo, y nos dijeron que no viviría más de tres años. El segundo hijo nació al año y un día, y el tercer hijo también al año y un día. La tercera hija se muere a los diez días. El segundo hijo, Javi, a los cuatro meses de morir la primera. Y tú dices: “Señor no entiendo nada”. Yo estaba en el hospital San Juan de Dios de Barcelona, y podría haber abierto la puerta y dicho: “adiós mundo cruel!!!” Se me pasó por la cabeza, y dije: no, Dios es bueno, Dios es bueno. No sabemos el por qué, pero está pasando por algo. Y los médicos en ese momento nos dijeron: “no tengáis más hijos”. Yo pensaba: me he casado con mi marido para tener una familia, venimos los dos de familias numerosas y sabemos por experiencia que cada hijo es un regalo.
Nadie se mete en la cama de papá y mamá. Ni tu padre, ni tu madre que te ha visto llorar y que te quiere tanto. Ni tus amigas. Yo era una “juerguista de la vida”, y le decían mis amigas a mi madre: “dile a tu hija Rosa que no tenga más hijos, también puede adoptar”. Pero yo esto lo he dicho hasta en la China con mi marido, y adelante de las autoridades: “Ni el ministro de turno te dice cuántos hijos has de tener”. Es una decisión de papá y mamá. Y cuando papá y mamá decimos que sí a una nueva vida, es un hijo para siempre, para siempre, para siempre, para siempre. Y dices: a lo mejor vive un año, diez días, veintidós, aquí en la tierra, pero después está la eternidad.
Y luego está que los hijos no son nuestros. “Mi niño, mi niño, porque yo lo he criado nueve meses…” No. El niño no es tuyo. Dios te lo da, para que disfrutes, y después volará. Pues tú lo estás educando, y los hijos vuelan. Porque tiene una enfermedad, porque se ha casado, porque se ha hecho misionero. No es mío. Cada hijo es un regalo.
Yo pienso que es muy importante saber que esa vida es para siempre. Los que nacen hoy en día, vivirán cien años. La época fértil de la mujer es muy corta. La gente se casa cada vez más tarde, estadísticamente aquí, el primer hijo se tiene a los treinta años, y a los cuarenta, cuarenta y pico ya está. Tienes apenas diez años de fertilidad. Después tienes hasta los cien años que vas a vivir, que puede viajar… Claro cuando eres joven y estás con tu niño, dices: no puedo ir al cine, no puedo hacer esto o lo otro. No. Mis amigos de lo que se arrepienten es de haberse quedado solo con la parejita. Porque el problema de la sociedad hoy en día no es falta de dinero, falta de comida, falta de espacio, falta… no, es la soledad.
Acaban de crear en Inglaterra el ministerio de la soledad. No el de la sanidad, la educación, militar, no, el de la soledad. Es que tenemos un problema.
Cuando yo tenía a mis hijos, no iba con uno, iba con uno, con dos, con tres…, iba embarazada y uno en el cochecito. La gente me miraba por la calle, -yo vivía en el mismo barrio cuando me casé-, y me decían: “Señora, ¿no tienen tele en casa?” Y cosas así. Ahora me paran por la calle, me sonríen y me dicen: gracias. Porque tus hijos van a pagar mis pensiones, van a cambiar mis pañales… Claro, es que cuando tú eres joven, no piensas que tú vas a envejecer como todos.
Y ahora yo, viuda, con quince hijos, “¡pobre viuda!”. ¡Suerte la viuda! Rodeada con quince hijos. He llorado mucho, he agotado todas las lágrimas. Pero ahora estoy rodeada de quince hijos, con mil planes… Esos son los frutos.
Una hija mía, con diecinueve años, ha tenido la oportunidad de estar viviendo en Nueva York, muy cerca del Central Park, estaba en la casa de dos empresarios bastante importantes, ayudando con los niños, haciendo de baby sister. Y la fui a ver. Me decía la señora de la casa: “Rosa, ¿cómo lo has hecho? Yo quiero unos hijos como los tuyos. Es que estoy impresionada de tu hija, de lo atenta y servicial que es. Trabajadora, siempre pensando en los demás. Yo quiero una así.” Uno cosecha lo que ha sembrado… Los modelos de los hijos son sus padres. Es verdad que luego está la libertad de cada uno.
Yo pienso que el tiempo ahora es tan corto, porque los niños ahora se van a estudiar fuera… los tienes casi hasta los dieciocho, veinte años. Tu sigues siendo siempre su madre y su padre. Pero es que en dos días se te han ido de casa ya.
Yo creo que es importante, educar a nuestros hijos en el servicio, en el pensar en el otro. A lo mejor te encuentras una familia numerosa, yo las conozco, que son unos perfectos egoístas. Yo con mi tablet, mis series, yo, yo, yo.
Y en realidad la felicidad está en pensar en los demás, en jugar juntos. Ahora os enseñaré, en casa en una habitación duermen seis hermanos. Desde muy pequeñitos, aprenden a compartir. Los futuros empresarios, los futuros directores de multinacionales, ¿quiénes van a ser? Hijos de familias numerosas, que saben trabajar en equipo. Una empresa no la lleva una persona, la lleva un equipo de personas, si no es imposible dirigir. Claro, en casa aprendes lo que no aprendes en ningún máster. A ceder, a compartir, a pedirte perdón, a bajar la cabeza, a decir “lo siento”. Desde los dos años están aprendiendo que la vida es servicio, que hoy jugamos a mi juego y mañana jugamos a tu juego.
Hoy se piensa que para tener una familia numerosa hay que tener mucho dinero. Esto no es así. Yo quiero decir, los inmigrantes que están fuera de su país, son los que más hijos tienen. Más que los de aquí. Por otro lado, también quiero decir, que las personas de mucho dinero, que tiene mayor capacidad adquisitiva (por ejemplo, los multimillonarios famosos), cuando tu lees las revistas del corazón, ves que tienen: uno, dos hijos. El problema es más de la voluntad. Yo quiero. Está claro que cuando uno quiere, se prepara el cinturón y dice: “voy a renunciar a esto o a aquello”. Si yo me hubiese quedado con la parejita seguramente tendría un coche mejor que el que tengo ahora. Pero esto no te da la felicidad, por eso tenemos que entenderlo y mostrárselo a nuestros hijos.
Cambio de rubro, Rosa. Nosotros somos una empresa de moda. Nos sorprendió gratamente cuando en tu libro nos enteramos de que tú te has dedicado durante muchos años al mundo de la moda, moviéndote en los escenarios más influyentes de este mundo.
Partiendo desde ahí ¿crees que esta industria tiene la oportunidad de decirle algo realmente importante a la mujer de hoy?
R. Sí, es verdad, en París, Frankfurt, Milán. Yo creo que la elegancia, es ir vestida en cada ocasión como hay que ir vestida. Mi casa está siempre abierta y vienen muchos amigos de mis hijos, a veces en verano le digo a alguno: “perdona, esto no es la playa”. Yo creo que es importante el educar a nuestros hijos en este aspecto.
Yo les digo a mis hijas: “Yo quiero que cuando vayas a una fiesta los chicos te miren a la cara, no a tu escote, o a tus piernas, porque tú vales mucho, no son tus piernas lo que más valen”.
Hemos de educar a nuestros hijos y a los amigos de nuestros hijos. Alguna vez que han venido amigas de mis hijas con unos shorts inadecuados. Mis hijas abrían la puerta y me decían: “mamá no le digas nada, que vergüenza, donde le digas algo no van a venir nunca más” (se ríe). ¿Cómo no les voy a decir nada? En nuestra casa tenemos unas normas, ya en la tuya tú pondrás las tuyas. Y con mucho cariño yo se lo decía. Esas amigas de mis hijas son las que más volvían a casa. Y cuando son pequeños eres tú la que mandas, pero cuando crecen ya es la pandilla, el grupo, lo que dice la mayoría. Pues ya saben que en casa de los Postigo hay que ir vestido de una manera. Eso en el fondo es muy bonito.
La Belleza, es atractiva, nos eleva. Dios nos ha creado para que nosotros disfrutemos, y podamos decir: “ole, que guapo o que guapa.” Y me gusta mucho que mis hijas se arreglen, sin estar una hora pues caeríamos en la vanidad, pero qué bonito.
¿Qué consejos le das a tus hijas a la hora de vestir?
R. Con la que está cayendo, me gusta que vayan bien femeninas. Para que quede bien claro que yo soy mujer y tú eres hombre. Yo creo que es muy importante que sean princesas. Si una es princesa, encontrará un príncipe para casarse, quien tenga la vocación de casada. Y que se hagan respetar.
Hoy hay una moda del “feismo”, todo lo oscuro, lo feo, lo roto. Que se vaya con los tejanos rotos pues muy bien, pero cuando se te van viendo las bragas… ¿Hemos de seguir la moda? Me encanta, y mis hijas algo de mí han heredado, un poco. Pero lo que no puedes es caer en el “feismo”.
En una familia numerosa, y con preocupaciones tan serias como ha sido a tuya, ¿hay espacio para la moda en una familia así?
R. Hay espacio, sí. Mira, mis hijas quieren ser influencers, y yo les digo, “pues a ver si me alcanzas, que yo no he comprado ningún seguidor, ni ningún like” (se ríe).
Yo, cuando eran los niños todos pequeños, les hacía ropas a todas iguales, por económico y por no perderlos. “Señora hay uno ahí vestido de cuadros rojos que yo creo que es suyo” (se ríe). En la playa mismo, me hacían los bañadores todos iguales. Cuando veían una familia con tantos niños, contaban: uno, dos, tres … ¡diez! No, ¡que yo he contado doce!”.
Yo lo llevo en la sangre, soy de una familia textil centenaria, dedicada a la moda. Puedes decir: “es muy caro seguir a la moda”, o no. Yo creo que es bueno el reciclarse. Esa es una de las suertes de ser una familia numerosa. Yo siempre digo que somos una familia ecológica y verde. A veces veo una foto y le veo un pantalón a un hijo y digo, este pantalón lo había llevado su hermano, o esta camiseta, los zapatos está claro que se rompen y se terminan tirando. Pero tenemos la suerte que uno se compra una cosa, otro otra, otro otra y luego se turnan, se lo pasan, lo re-tunean, y es ¡una pasada! Es algo muy divertido, la verdad. Ahora hemos tenido justo una boda, y yo como soy del ramo textil, en las bodas hay que estrenar, que corra la economía, pero luego pensaba: pero bueno, si tenemos un montón de amigas que tienen vestidos de bodas que te pones una vez y ya está. Pues pides, y te cambias, y coges un complemento de aquí y otro de allá. Y lo divertido que es estar pensando durante un mes, voy a pedir esto a esta amiga, y esto a esta otra.
Hay gente que pasa de esto, pero justo has dado con una familia que nos encanta la moda, disfrutamos con ellos y somos felices y no por eso tiene que ser más caro.
En tu libro usas una frase muy conocida pero muy bien citada: “La arruga es bella”. ¿Cuáles han sido esos momentos de “arruga” pero que rebosan belleza en tu vida?
R. Mira, cuando se murió mi marido, tuvimos la suerte de poder hacer el velorio aquí en casa. Pusimos el féretro y vino mucha gente. Claro, yo tenía quince hijos, cada uno con sus amigos, sus padres… empezó a pasar gente, y claro, eran cien, doscientas personas en el mismo espacio, unos rezando el rosario, otros acompañando… Y la gente venía un poco diciendo, “que le voy a decir, que me voy a encontrar”, y me decían: “hemos tocado el cielo Rosa”.
En medio de ese dolor tan impresionante, como es enterrar un marido tan joven con cincuenta años, dejando quince hijos, se notaba la belleza de la fe. Una fe vivida, no en plan: “ahora voy a demostrar lo guay que soy”, no. Llorar mucho, pues es una pérdida, pero aceptando que estamos aquí de paso, la vida continúa. Pero Rosa ¿no sigues llorando? Encima que te lo mereces… Pero dices: no, mis hijos merecen una infancia feliz.
También, te tengo que decir, que no tengo tanto tiempo para contemplarme, no da la vida para más. Gracias a Dios. La gente que tiene tanto tiempo para contemplare puede decir, pues mira me ha salido aquí una arruga, aquí un grano, me voy a operar un poco aquí y otro poco allá. Yo no tengo tiempo. En mi Instagram, soy una influencer que no puede estar viendo la luz de la foto por aquí o por allá. Lo siento, yo tiro una foto y esa foto va. Mi hija me dice: “pero mamá, has salido gordísima, ¿cómo has podido colgar esta foto?”. Mira esta es mi vida, yo soy así, no me voy a hacer cincuenta fotos para ver luego cuál es la foto que pongo. Es verdad que todo el mundo muestra afuera lo fantástico. Yo una vez hice una mousse de limón y se me cayó al suelo, y se rompió. Pues hice la foto y dije: “mirad había hecho una mousse y se me ha caído. Ahora, vuelta a empezar”. “Rosa, pero ¿cómo cuelgas esto?, ¡son tus debilidades!” No voy a mostrar que soy una chica diez. Pues tengo mis debilidades, mis oportunidades, mis virtudes, mis defectos. No te voy a pintar una cosa que no es. Lloro a veces, otras me río, otras me lo paso fantástico, y otras me peleo con mi hija porque son las doce de la mañana y aún está durmiendo. Como una familia normal.
Tu libro nos deja también otro sabor en la boca, que es la felicidad en las cosas sencillas. ¿Cuáles son esas cosas sencillas?
R. En casa somos muy golosos, y disfrutamos mucho comiendo. Y en casa, familia numerosa, pues mucha patata y mucha pasta. No haces “delicatessen”. Por eso, cuando llegan mis hijos de alguna casa me dicen: “mamá hemos comido esto y lo otro”. Y disfrutamos de esas pequeñas cosas como la comida. Suerte que podemos disfrutar de una buena comida.
Último capítulo: La juventud.
R. A mis hijos les digo para que piensen: ellos tienen su cama calentita, su comida… pero no es “yo, yo, yo”. Mis estudios, mi trabajo, voy a ganar dinero, ¡no! Yo desde bien pequeños les digo: “¿cuál es tu ONG? Tú tienes muchas gracias, has tenido una educación y la suerte de vivir en una familia. Todo es fantástico, aunque hayas perdido a tu padre.
Son unos niños felices, cosa que se educa. Si tú estás todo el día llorando, no estás diciendo eso. No, tu eres un niño con suerte, con un montón de hermanos, con una madre que te quiere, ¡es una pasada!, es para decir: ¡Gracias!
Les digo: Cuando estabas en el colegio, ¿has ido a jugar con aquel niño de la esquina que nadie quiere jugar con él? ¿O has estado todo el tiempo en tu pelota, en tu pandilla de amigos? Cuando llegas del colegio, ¿has pensado en llamar a aquel amigo que no ha venido al cole, porque lo han operado? -No, es que no es mi amigo-. Da igual, es tu compañero…
Por eso les digo, ¿cuál es tu ONG?, ¿qué es lo que estás haciendo por los demás? Esta sociedad no te gusta, pues, ¿qué estás haciendo tú? Es verdad que nos han visto a nosotros dar conferencias por todo el mundo, ahora esta tarde cojo un vuelo para Polonia.
Ayer había una persona comiendo aquí en casa con sus hijos y me decía: “pero Rosa, ¿te gusta viajar?”. La verdad que siempre me ha gustado, pero es muy cansado. He llegado a tener en un día siete entrevistas. Prensa, radio, televisión, las news letter, las de programas de estrellas .. ¡Siete en un día! Sonriendo, con la foto, donde cada uno te cuenta su problema. Y ahora en Polonia con la dificultad del idioma. Hombre, gustar “gustirrinín”, me gustaría estar en un spa, o con mis hijos cenando en algún sitio. Pero ellos lo ven, generalmente me suele acompañar algún hijo. Y ellos saben que mamá se va a ayudar a otras familias. Y por eso hacemos el sacrificio de que mamá no esté en casa, pues podríamos estar juntos haciendo algo divertido, es una generosidad de parte de todos. Y la vida es servicio, es allí donde encontramos la felicidad.
La última pregunta, que queremos hacerla coincidir con el último capítulo del libro.
Te preguntaban cuál era tu secreto, y para responder tu mirabas al cielo. ¿Se puede decir que ese es el motor que te mueve?
R. Mira, en casa cada día tenemos invitados. El otro día estaba una persona que es musulmana, una mujer. Yo bendije la mesa, porque en casa tenemos esta costumbre, y le dije: “ahora tú”. Y lo hizo.
Cada uno tiene la fe que tiene, yo no le he dicho que se convirtiera a mi fe, ni a mi lengua. Pero mi fe le resultó atractiva. El otro día me dijo: “Yo Rosa, el día que me case, me querré casar por la iglesia católica”. Una musulmana. Pero diciendo, en el fondo: la vuestra es una religión de amor. Yo, en mi libro, no hablo de Dios hasta el final. Esta mujer, que era musulmana, se iba riendo de alegría de casa.
Yo pienso que el don de la fe es un don, y no todo el mundo lo tiene. Y esto debemos aceptarlo. Pero sí que yo como cristiana, debo mostrar esta alegría de vivir. Alegría a pesar de los problemas, porque todos tenemos problemas. Pero puedes llorar por las esquinas o decir, aquí están mis problemas e intentaré solucionarlos.
Rosa, nosotros decimos lo mismo que los que vinieron al funeral de tu marido: en este rato, hemos tocado un trocito del cielo. Te lo agradecemos de corazón.
Instagram: @comoserfelizconunodostreshijos
Libro: “Cómo ser feliz con 1, 2, 3 …. hijos?” (by Rosa Pich-Aguilera Roca) Ediciones PALABRA.